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Universidad Columbia

El control social y la lucha por la libertad en la sociedad actual

Publicado el por Departamento de investigación

El control social y la lucha por la libertad en la sociedad actual

 

Anton P. Baron

Universidad Columbia del Paraguay

 

Departamento de Investigación y Orientación Metodológica

antonbaron@gmail.com

 

El control social y la lucha por la libertad en la sociedad actual

En este ensayo me propongo analizar los cambios y las transformaciones sociales de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, partiendo de dos puntos de vista que considero complementarios: por un lado, las conceptualizaciones de los “post-estructuralistas” franceses, como Deleuze y Foucault con su tesis de la sociedad disciplinaria y los consecuentes “centros de encierro” y, por otro lado, la perspectiva de la sociedad informacional sostenida por Castells, Tourraine, Giddens y otros.

El escrito tiene dos partes principales, en las cuales se someterá a análisis la naturaleza y la función social del control en la sociedad actual y el sentido de los rostros que puede adoptar la “batalla por la libertad” en la sociedad-red, respectivamente.

Naturaleza y función del control en la sociedad actual

En esta parte trataré de describir primero la naturaleza del control social como elemento universal, existente en todas las culturas conocidas y sociedades, un factor necesario para el mantenimiento de la estabilidad social y la propia supervivencia del grupo. A partir de estos conceptos preliminares y siguiendo el criterio de Foucault de los “centros de encierro” como focos del sistema de control de la sociedad actual, procederé a analizar el funcionamiento de dichos centros,  tratando de apoyar la tesis, según la cual los mismos se encuentran en crisis y que las sociedades postmodernas se verán obligadas a crear alternativas. Presentaré luego, algunos argumentos polémicos contra la tesis de Deleuze, según la cual el mero control sería el denominador común de la nueva sociedad y en vez de esto, sostendré que es el mayor grado de conciencia que el hombre post-moderno tiene sobre los mecanismos del control social y el mayor grado de disconformidad con el mismo, lo que caracteriza esta nueva sociedad emergente.

Concepto del control social

Si se entiende por control social la situación en la cual el individuo es empujado a obrar en interés del grupo al que pertenece antes que en suyo propio, resulta obvio que este fenómeno social aparece junto con las primeras comunidades humanas. El control social siempre fue estudiado por los antropólogos culturales y los sociólogos como el elemento clave en los procesos de la socialización y endocultuarción. Se lo observa tanto en las sociedades simples de cazadores y recolectores que utilizaban los mecanismos informales, como chismes, burlas, evitaciones y hasta expulsiones del grupo, como también en las sociedades complejas, estatales y estratificadas donde dichos mecanismos eran más sofisticados.

Entre las diferentes acepciones que la Real Academia Española otorga a este concepto figuran la “comprobación, inspección, fiscalización, intervención”; también, el mismo se relaciona con el “dominio, mando, preponderancia”, significando la “regulación, manual o automática, sobre un sistema (DRAE, 1998)”. En el sentido general, el control social es el que ejerce la sociedad a fin de que el máximo de libertad individual aparezca como resultante del máximo de conformismo social.

El control social se ejerce de diferentes maneras y usando distintos mecanismos de acuerdo al tipo y la complejidad de cada sociedad. Entre estos mecanismos se podría mencionar, por ejemplo, la religión que fue siempre un elemento clave para el ejercicio del control social en casi todas las sociedades conocidas. Lo encontramos en las instituciones mágico-religiosas de los incas, los aztecas, los antiguos egipcios y en otras sociedades preindustriales, pero tampoco está ausente en la sociedad industrial, tal como lo describe Marx en su célebre Capital (1867; 1959). En este sentido, resulta interesante constatar la existencia de una especie de “dios supremo” en prácticamente todas las culturas; dios que, sin embargo, cumplía funciones diferentes de acuerdo con el nivel de complejidad de la sociedad en cuestión. Así, entre los grupos pequeños e igualitarios este dios quedaba usualmente inactivo, mientras que en las sociedades más complejas cumplía un rol especialmente protagónico. Como si cada colectividad humana plasmara en su panteón de divinidades su propia estructura social y lo usara, mediante mensajes de temor o remordimientos, para ejercer el control y salvaguardar su respectivo status quo.

La complejidad de las grandes poblaciones y el anonimato que reina en ellas hace que el mantenimiento de la ley y el orden se vuelve más difícil, de modo que se crean en ellas las instituciones estatales especializadas en crimen y el castigo. Sin embargo, en las sociedades industriales llamadas “democráticas” antes que usar la fuerza física, se procura a confundir, desmoralizar o distraer a los potenciales alborotadores mediante servicios ideológicos. Se invita la gente a identificarse con la elite gobernante de diferentes maneras: disfrutando de la pompa gubernamental en los desfiles militares, procesiones, coronaciones, ofreciendo un “circo romano” modernizado mediante las películas, la radio, la tv, el cual al final se convierte en mecanismo de control del pensamiento. En este contexto, el fenómeno de la Internet es muy significativo ya que demuestra que, en última instancia, el control sobre el pensamiento se basa en la fuerza porque resulta insuficiente cuando los mecanismos coercitivos están ausentes.

Es indiscutible también el papel que la escuela y los sistemas educativos modernos juegan en la conservación de las situaciones sociales existentes. La educación que es obligatoria hasta una cierta edad, permite que los maestros, consciente o inconscientemente, adiestren a cada generación en las habilidades y los oficios que se consideran necesarios para su preservación. Para la obtención de este fin disponen de un currículo de historia, civismo y ciencias sociales lleno de supuestos que favorecen el estado de las cosas actual, poseen rituales como el saludo de la bandera, las asambleas, los juramentos y la entonación del himno nacional. A través de la escolarización obligatoria se transmite un mensaje a las esferas desfavorecidas, según el cual, es su propio nivel de capacidad intelectual y la falta de la habilidad de competir se constituyen en principales obstáculos  para sus progresos. Marvin Harris los expresa de la siguiente manera:

A los pobres se les enseña a culpabilizarse por el hecho de ser pobres, y su resentimiento se dirige primordialmente contra sí mismos o contra aquellos con quienes deben competir y que se encuentran en el mismo peldaño de la escala de la movilidad ascendente (Harris, 1998, pp. 449-500).

Los mecanismos de control en una sociedad, pueden presentarse, pues, de mil maneras. A lo expuesto anteriormente, se puede agregar el parentesco, la economía, el derecho, etc., como maneras de ejercer el control social. Éste aparece ya dentro de los grupos primarios de una manera más voluntaria, espontánea e informal y sigue en los grupos secundarios formalmente. A veces, adopta la forma de una censura gubernamental directa, en otros casos es más sutil: en el entretenimiento, en el filtrado voluntario de noticias, etc. En todos los casos, aparece como elemento inherente al desarrollo de las sociedades humanas. Ahora resta solamente analizar, lo particular de este control en la sociedad actual.

Crisis de los modernos focos del sistema de control social: los “centros de encierro”

Foucault (1994) denomina el modelo actual de la sociedad como la “sociedad disciplinaria” que da paso a un nuevo modelo llamado “sociedad de control”. En el próximo apartado discutiré la validez de considerar la categoría de “control” como propia de esta sociedad emergente. En éste, el análisis se centrará en los grupos cerrados que componen aquella sociedad disciplinaria que está en crisis. Trataré de reforzar la tesis, según la cual aquellos centros de encierro se enfrentan con un verdadero trance y varían significativamente de carácter:

El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estás en casa”), después el cuartel (“ya no estás en la escuela”), a continuación la fábrica, cada cierto tiempo hospital y a veces la cárcel, el centro de encierro por excelencia (Deleuze, 1990).

Veamos estos “círculos cerrados” en la sociedad occidental actual. En ella se habla mucho de la crisis del primero de ellos que es la familia. Solamente que, al parecer, de lo que se trata más bien no es la crisis de esta institución social en sí, sino de la crisis de un modelo de familia, asociado comúnmente a los llamados “valores tradicionales” de las sociedades occidentales. En otras palabras, está en crisis la familia patriarcal. Manuel Castells (2000) presenta abundantes datos estadísticos, obtenidos especialmente en las sociedades más desarrolladas, que ilustran este fenómeno. Los mismos señalan el rompimiento del antiguo modelo familiar basado en el compromiso estable que se ve afectado y hasta disuelto por causa de divorcios y separaciones. Se observa además, el retraso para la conformación de una familia como consecuencia de las dificultades, cada vez mayores, que las personas enfrentan para poder compatibilizar sus expectativas y exigencias vitales y laborales con el matrimonio. El creciente envejecimiento de las sociedades, la aparición cada vez mayor número de hogares monoparentales, la monogamia sucesiva, las libertades sexuales, los matrimonios homosexuales, son algunos otros ejemplos de manifestaciones sociales relacionados con la crisis de la familia tradicional, patriarcal.

Otro “círculo cerrado” mencionado por Deleuze es la escuela. Cada vez más la escuela está siendo denunciada como una simple reproductora de los patrones sociales establecidos, orientados hacia la subsistencia del status quo determinado, la  permanencia y la justificación de las estratificaciones existentes. Téngase en cuenta también, que las sociedades occidentales atravesaron la mayor parte de su historia prescindiendo de esta institución, la cual es relativamente reciente, producto solamente de la Modernidad. Si a esto se suma la tendencia individualista de la sociedad actual, la consecuente pérdida del factor socializador de la escuela tradicional y la posibilidad que ofrecen las modernas tecnologías informacionales de poder estudiar desde su casa, el futuro de esta entidad parece realmente incierto.

Quizá el lugar más representativo de esta sociedad disciplinaria es el centro de encierro por excelencia: la cárcel. La manifestación de la crisis de esta institución no consiste, claro está, en el número decreciente de sus huéspedes; éstos abundan cada vez más, y es precisamente esto lo que inquieta y preocupa. Al creciente número de presos en las cárceles, los modernos códigos penales responden con un aparentemente contradictorio, minimalismo penal. Si, siguiendo estas teorías, se eliminase la venganza como el motivo válido para el encarcelamiento de alguien, los demás motivos: la rehabilitación del delincuente y la preservación de la sociedad frente al peligro del malhechor, también carecerían de fuerza. Que la cárcel no re-educa, ya no lo discute nadie y que el hecho de ser considerado “peligroso” merezca una pena carcelaria, es muy difícil de sostener. Además, se observa una evolución constante de la criminología moderna, según la cual “se habla cada vez menos de delincuentes, y cada vez más de desfavorecidos sociales; cada vez menos de castigo, y cada vez más de tratamiento” (Foucault, 1994, p. 70).

Un otro tanto podría decirse de los demás centros de encierro existentes en la sociedad disciplinaria, como las fábricas o los hospitales. La conclusión sería siempre la misma: todos ellos están en crisis e indican el traspaso de esta sociedad a un modelo nuevo. Existe, sin embargo, una objeción que se plantea referente de si estos centros de encierro son de semejanza natural o sólo contienen parecidos exteriores. Foucault lo responde de esta manera:

Yo le diría que recelo un poco de la palabra “naturaleza”; hay que mirar las cosas de un modo más exterior. Se podrí  por ejemplo presentar un reglamento de una institución cualquiera del siglo XIX y preguntar qué es. ¿Es un reglamento de una prisión en 1840, de un colegio en la misma época, de una fábrica, de un orfanato o de un asilo? Es difícil adivinarlo. [...] ¿En qué consiste su identidad? Creo que es en el fondo la estructura de poder propia de estas instituciones la que es exactamente la misma. Y verdaderamente, no se puede decir que haya analogía, hay identidad (1994, p. 64).

Resulta quizá desconcertante para muchos, el hecho de encontrar un denominador común entre la escuela o la familia y la cárcel; sin embargo, esto resulta sumamente esclarecedor, cuando se atiende que todas estas instituciones sirven para la sociedad en la consecución del mismo fin: el mantenimiento del control social.

La sociedad emergente: ¿una sociedad de control o de concienciación?

En el texto anteriormente citado, Deleuze sugiere que la crisis de las sociedades disciplinarias desembocaría en la aparición de un modelo nuevo, denominado por él, la “sociedad de control” (1990, p.1). Aparentemente, el mismo apelativo comparten también los otros pensadores mencionados en el artículo, como Foucault, Burroughs y Paulo Virilio. Sin embargo, el hecho de caracterizar esta nueva sociedad simplemente con la categoría de “control” parece algo difícil de sostener por las razones que presentaré a continuación.

Para empezar, como ya se había demostrado en el primer apartado del presente escrito, a la luz de estudios sociológicos y antropológicos culturales, el control social es un elemento inherente a las sociedades humanas. Decir que una determinada cultura se caracteriza por el ejercicio del control equivaldría a decir que en esta población exista la endoculturación y los individuos asumen sus roles en ella a través del proceso de socialización. O sea, de esta manera se habría caracterizado no una, sino absolutamente todas las colectividades humanas. En cada una de ellas se ejerce el control social, la diferencia está solamente en el grado en que esto sucede y en la forma, sutil o coercitiva, en la que aparece.

De modo que, lo que estos pensadores probablemente quieran significar, no sea tanto el mismo fenómeno del control sino más bien, las probables dimensiones exorbitantes que éste podría adquirir, dentro del nuevo modelo de sociedad, la cual tendría los elementos tecnológicos a su alcance suficientes como para ejercitarlo de manera nunca antes vista. Pero aún esta posición podría ser discutida.

El viejo sueño de Bentham, del panópticon, en el cual todo el mundo podría ser vigilado, a pesar de que Foucault crea que ya se había convertido en realidad jurídica dentro del estado napoleónico (1994, p. 63), parece sin embargo seguir siendo un sueño y además sin visos de salirse de su dimensión utópica. Creer que el mismo desarrollo tecnológico convertirá la sociedad en un colectivo humano excesivamente controlado, encierra la creencia en el determinismo tecnológico; reduce la compleja dialéctica sociedad-tecnología a un solo factor de análisis y no tiene en cuenta que en el origen de las modernas tecnologías informacionales están los movimientos libertarios. Al pronosticar que en la nueva sociedad no existiría más “ningún lugar oscuro” a causa de la excesiva vigilancia estatal, al parecer, tampoco se considera el hecho del progresivo debilitamiento del poder del tradicional Estado-nación frente a las globalizadas fuerzas de las multinacionales. “En cierto sentido, el sistema político se va vaciando de poder. [...] En una sociedad informacional queda inscrito, en un ámbito fundamental, en los códigos culturales” (Castells, 2000, vol. III, p. 381). En mi opinión, aquellas concepciones que exageran el futuro rol del control estatal, tienen el mismo estatus epistemológico que las fantasías futuristas de Alvin Toffler, los chips controladores insertos en cada ser humano y las profecías pentecostales fundamentalistas sobre la marca de la bestia.

Pero, si no es simplemente el control lo que caracterizaría la nueva sociedad postdisciplinaria, ¿sería entonces algún aspecto específico del mismo útil para su descripción? Quizá. Propongo considerar la categoría de la concienciación que en la sociedad actual se realiza frente al control social. Siempre y en todas partes existía el control. Pero solamente cuando éste se ejercía violenta y coercitivamente la sociedad tenía plena conciencia de la existencia del mismo. Pero como ya se había dicho antes, la mayoría de las veces, se prefería formas más sutiles del control social: mediante el control del pensamiento, la escolaralización obligatoria, la religión, etc., todo esto hacía que los mecanismos de control fueran conocidos solamente por los políticos del gobierno de turno y por los intelectuales especialistas, los cuales finalmente en la sociedad capitalista avanzada se integraron en ella y se convirtieron en un grupo social bien retribuido de funcionarios de la cultura que producían para las minorías especializadas, mientras que la gran mayoría del público volcaba su atención hacia los mass-media. Las nuevas tecnologías de la comunicación, la red Internet y lo que denominaría la “democratización de la información” hacen posible que aquella acallada voz contestataria de los intelectuales vuelve a surgir. Los canales alternativos de la información con mensajes igualmente alternativos y pluri-ideológicos, hacen que el control del pensamiento se vuelva cada vez más difícil de conseguir y la conciencia que la gente de él tiene, es cada vez más clara y juiciosa. Esto sucede también en las sociedades en las cuales el acceso a la Internet es aún incipiente y se constituye en el privilegio de pocos. De otra manera, en un país como Paraguay con apenas 0,5% de la población con la posibilidad de acceso a la Internet, sería difícil explicar por ejemplo, las reacciones diversas y dispares sobre la guerra contra el terrorismo y otros parecidos, cuando todos los medios masivos de comunicación presentaban al respecto discursos unificados y unilaterales.

La sociedad emergente será una sociedad de control; de esto no hay duda. Pero probablemente va a ser una sociedad muy difícil de ser controlada. Si no, no tendría sentido hablar de la “batalla campal por la libertad” que está surgiendo ante nuestros ojos y de cuyas manifestaciones tratará la segunda parte de este escrito. A mi modo de ver, lo que va a distinguir esta nueva sociedad es la conciencia que sus miembros tendrán de los mecanismos de dicho control.

La batalla por la libertad

El lugar para analizar la batalla por la libertad en la sociedad-red por excelencia es, sin lugar a dudas, la Red-Internet, la cual desde sus inicios mantenía los altos ideales libertarios. Hoy en día, esta misma Red se ve apeligrada por los portadores del valor económico y entonces, la lucha en contra de los intentos de la mercantilización de la misma, recrudece de manera dramática. En contra de este espíritu comercial aparecen los que batallan por el software de fuente abierta, vinculados generalmente a Linux, los hackers y los que promueven los recursos gratuitos en la Internet. Éste es sin embargo, sólo un rostro de la batalla por la libertad, por lo cual, en esta parte del escrito, al analizar este fenómeno, pasaré describir la otra manifestación “bélica” virtual que se expresa en la oposición entre la privacidad y el control, entre la encriptación y la vigilancia. Finalmente, examinaré el fenómeno que se manifiesta en la simple trasgresión de la reglas, en la expresión de la disconformidad con el sistema, aun cuando esto signifique la violación de los códigos éticos establecidos, situación que se vincula generalmente con los crackers y otros delincuentes cibernéticos.

Lucha contra la mercantilización de la Red: el software de fuente abierta, los hackers y los recursos gratuitos

La Red Internet nació en el ámbito militar estadounidense como un intento de proyectar soluciones para los eventuales ataques nucleares durante la “guerra fría”. Aparentemente, este origen no tendría conexión alguna con las ideas libertarias, descentralizadas y antimercantilistas. Sin embargo, se debe tener en cuenta, que dicha descentralización, si bien no es propia de las estructuras militares, era necesaria desde el punto de vista de una América postnuclear, ya que la misma, según Bruce Sterling:

necesitaría una red de comando y control enlazada de ciudad a ciudad, estado a estado, base a base. Pero sin importar cómo esa red estuviera de protegida, sus líneas y equipos siempre serían vulnerables al impacto de bombas atómicas. Un ataque nuclear reduciría cualquier red imaginable a pedazos.

¿Cómo sería controlada esa red? Cualquier autoridad central, cualquier núcleo de red centralizado sería un objetivo obvio e inmediato para un misil enemigo. El centro de la red sería el primer lugar a derribar.

La RAND le dio muchas vueltas a este difícil asunto en secreto militar y llegó a una solución atrevida. La propuesta de la RAND se hizo pública en 1964. En primer lugar, la red no tendría autoridad central. Además, sería diseñada desde el principio para operar incluso hecha pedazos (2002).

La mencionada RAND Corporations, una “fábrica de ideas” durante la guerra fría, fue la responsable de aquella carencia del control central de la Red. Luego la utilización que le dieron los científicos y los académicos hizo lo suyo: las tendencias antimercantilistas y libertarias se veían reforzadas, ya que tradicionalmente al saber científico se lo consideraba abierto y comunicable, perteneciente siempre al orden público y no privado. Dado que el software que operaba la Red era gratuito, fue difícil impedir a la gente que se conectara a la misma; de hecho nadie trató de impedírselo, por el contrario la consigna siempre era: “cuanto más, mejor” ya que la Red se volvía más valiosa a medida que más recursos poseía. El crecimiento de dichos recursos y de los usuarios fue vertiginoso; eso obviamente atrajo la atención de los comerciantes los cuales quisieron que la Internet tuviera alguna base financiera. De esta manera surgió el primer “rostro” que presenta la batalla por la libertad en la Internet con sus dos principales manifestaciones: el software de fuente abierta y los recursos gratuitos.

La lucha por el software con fuente abierta se va más allá de la Internet y se remonta a la época de los principios de la informática. El punto de partida de sus defensores radica en la diferente naturaleza existente entre el software, en cuanto tecnología digital flexible, y las demás tecnologías como, por ejemplo, la imprenta. Según ellos (cf. Stallman, 2002), la idea de copyright se ajustaba perfectamente a ésta última en tanto que era restrictiva sólo para los productores masivos de copias y no privaba de libertad a los lectores de libros particulares. Mientras que, hacer que los programas de software tengan propietarios priva al resto del mundo de su beneficio potencial y esencial que está basado en su digitalización y en la consecuente flexibilidad para ser modificado y ajustado a las necesidades particulares de cada usuario.

En este contexto hay que analizar la aparición de los hackers y de su cultura. Lejos de ser unos “delincuentes virtuales de la Red”, genios de la informática dedicados a fines perversos, como el robo del dinero electrónico, esparcimiento de virus informáticos y destrucción de las páginas web, son personas que simplemente tienen en una alta estima las innovaciones tecnológicas y luchan por la libertad para que exista el soporte y posibilidad de cooperación en la producción de las mismas. Desde luego, aquellos que destruyen y realizan las prácticas anteriormente mencionadas también existen, pero se denominan los crackers. De ellos se piensa que “son perezosos, irresponsables y no muy brillantes, y ser capaz de romper la seguridad no le hace a uno un hacker, de la misma manera que ser capaz de arrancar un coche con un puente en la llave no le convierte en ingeniero de automotores” (Raymond, 2002)). Algunos de los analistas de este fenómeno, como por ejemplo, Pekka Himanen (2001), hacen una interesante analogía entre la ética protestante y la aparición de la sociedad industrial capitalista propuesta en el clásico estudio de Max Weber y la ética de los hackers como el soporte ideológico y ético para la aparición de la nueva sociedad post-industrial de la información y el conocimiento.

Dentro de esta lucha contra la comercialización de la Red está la tendencia hacia los recursos gratuitos. En la Internet, el público general tiene acceso, sin costo alguno, a mucha información y recursos a pesar de que éstos implican el tiempo y el dinero de gran cantidad de personas, de las organizaciones y los estados, gastos de creación y mantenimiento, dispositivos de almacenamiento, equipos de red, software y otros. Hay muchos usuarios que creen que la informática debe ser disponible para todos y lo demuestran con los hechos, exponiendo gratuitamente sus producciones y esperando que los demás hagan lo mismo. Lo expresa bien el concepto de Freenet de Tom Grundner:

Todo está ahí porque existen individuos y organizaciones en la comunidad que están preparados para aportar su tiempo, esfuerzo y habilidad para trabajar incluso fuera de horarios. Esto, por supuesto, en contraste con los servicios comerciales que disponen de mucho personal y gastan mucho en adquirir información y deben transferir esos costos al consumidor (Grundner, 2002).

Podría decirse que es “el punto como” el principal enemigo de las tendencias antimercantilistas de la Internet. Pero, como ya se había dicha, ésta no es la única manifestación de la batalla virtual, la cual tiene también otros rostros. Uno de ellos, se relaciona con la encriptación.

Lucha contra la vigilancia en la Internet: privacidad y encriptación

Margarita Padilla (2002) plantea este problema como una conjunción extraña de dos temores contradictorios: el miedo de ser visto pero controlado, por un lado y el miedo a dejar de ser visto, con la consecuencia de ser excluido, por el otro lado. Los que se enteran de la importancia de la Red y de todo lo que ofrece, no tienen duda de que lo único que les queda es conectarse, pero exigen a cambio el derecho a la privacidad. La autora de “Agujeros negros en la red” sugiere que los usuarios exigirán este derecho a los Estados, pero son precisamente éstos los que pretenden usar dicho espacio para el ejercicio del control. De ahí nace la lucha por la encriptación que para Manuel Castells es “el principal campo de batalla tecnológico-social para la preservación de la libertad en Internet” (2001).

La encriptación, un aparente neologismo, hace relación a la criptografía: el “arte de escribir con clave secreta o de descifrarla” (Gómez da Silva, 1995, p. 195). En este sentido se puede afirmar que es una habilidad conocida prácticamente desde la aparición del lenguaje escrito. Aparentemente muchas batallas y guerras se ganaron gracias a la capacidad de descifrar los mensajes secretos por parte de un tercero, quien no siendo ni emisario ni destinatario del mismo, tuvo la destreza de hacerlo. Últimamente, esta práctica quedó relegada a los aparatos de inteligencia y espionaje de los estados modernos. Y es precisamente ésta la razón por la cual se entabla la presente batalla por al encriptación en la Internet: porque ahora son los mismos usuarios particulares quienes encriptan sus mensajes para resguardar su privacidad frente al ojo vigilante de los organismos gubernamentales.

Esta tendencia ayuda a los individuos a preservar su autonomía enfrentándose al uso comercial de la encriptación que sirve para el comercio electrónico y la firma digital. Pero, como sucede en casi todos los casos en los cuales el Estado se ve privado de su monopolio, los poderes fácticos ligados a los gobiernos tratan de prohibir esta práctica so pretexto de la seguridad del Estado, del control de la actividad delictiva o de la lucha contra el terrorismo. De este modo surge un verdadero campo de batalla en la Internet, el otro rostro de esta lucha por la libertad que ya tiene sus verdaderos héroes, como el matemático rebelde, Phil Zimmerman quien sin beneficio propio alguno dio público su sistema de encriptación Pretty Good Privacy, gracias cuyo uso los particulares pueden resguardar su privacidad en la Red; su leyenda aumenta con el hecho de la persecución jurídica de la cual fue víctima.

El caso de Zimmerman y de otros tantos parece revivir el viejo sueño de la anarquía; la utopía de la libertad individual sin restricciones e instituciones y de los grupos pequeños que autorregulan y autogestionan su libertad. Este sueño, aplicado a la realidad de la Internet fue expresado alguna vez por John Gilmure en su célebre discurso del 1991:

¿Qué tal si creáramos una sociedad en la que la información nunca pudiera ser registrada? ¿En la que se pudiera pagar o alquilar un vídeo sin dejar un número de tarjeta de crédito o de cuenta bancaria? ¿En la que pudiera certificar que tiene permiso de conducir sin dar su nombre? ¿En la que se pudiera enviar o recibir un mensaje sin revelar la localización física, como una casilla postal electrónica? Éste es el tipo de sociedad que quiero construir. Quiero garantizar, con física y matemáticas, no con leyes, cosas como la verdadera privacidad de las comunicaciones personales [...] la verdadera privacidad de los expedientes personales [...], la verdadera libertad de comercio [...], la verdadera privacidad financiera [...] y el verdadero control de la identificación (en Castells, 2001).

La anarquía, sin embargo suscita siempre y también en este caso, los interrogantes referentes a las eventuales formas del control social y la regulación de la conducta indeseada. Trataré este tema en el siguiente y último apartado.

Lucha contra la policía virtual: resurgimiento de los mecanismos informales del control social

En la primera parte de este escrito hice referencia a los mecanismos informales de control social que existían en las sociedades simples de bandas y sociedades tribales. A medida que estos grupos crecían y se estratificaban se formaron instituciones especializadas de vigilancia, responsables de mantener la ley y el orden. Finalmente, se utilizaron los mecanismos más sofisticados y sutiles para lograr el mismo fin. A pesar de todos estos esfuerzos, no se puede decir en absoluto que el individuo haya sido domesticado por la institución estatal. Basta con alguna catástrofe o con un simple apagón, como el que ocurrió en Nueva York en 1977, para que se produzcan pillajes y desordenes generalizados que demuestran que una gran parte de la población no cree en el sistema y es mantenida a raya solamente por el sistema coercitivo existente. Por otro lado, estos momentos de desorden asustan a la gente, la cual por más que odia el estado de cosas existente no se imagina vivir de otra manera. El espacio de la Internet, por un lado, demuestra lo vivaz que es la utopía anarquista pero, por el otro lado, proporciona también algunas lecciones positivas sobre el control social alternativo, al cual, en la vida “real” no estamos acostumbrados.

En una sociedad anarquista, sin el control centralizado o uno muy debilitado, se podría esperar las manifestaciones frecuentes de hechos delictivos que la gran parte de los miembros de la sociedad no estaría dispuesta a aceptar y que realmente ocurren en la Internet. Esta Red sirve a los pedófilos para su perverso negocio del tráfico de la pornografía infantil la cual implica el abuso sexual de menores; sirve a los terroristas a concretar sus ataques; a los crackers para robarse la firma digital de alguien y realizar compras con la tarjeta de crédito ajena. La lista fácilmente podría ir en aumento, pero lo único que se pretende demostrar es que la Internet posee el cariz de una sociedad anárquica, no solamente por estos hechos delictivos descriptos sino porque además existe un gran grupo de usuarios que si bien no están de acuerdo con las mencionadas prácticas tampoco estarían dispuestos a aceptar una especie de “policías virtuales” que tendrían el poder coercitivo para controlar la delincuencia en la Red. Prefieren autorregularla.

El ideal de la sociedad libre requiere de mecanismos de control informales y alternativos, ya que se demostró que éste es absolutamente necesario e inherente a las colectividades humanas. Recordemos que los mecanismos informales no constituyen una utopía sino que fueron exitosamente implementados en las sociedades pre-industriales y pre-estatales. Las bandas de cazadores y recolectores y las sociedades tribales controlaban la conducta de sus miembros sin las escuelas, los cárceles, los hospitales ni manicomios. Los chismes, las burlas, hasta azotes o exclusiones fueron suficientes para mantener la vida y las costumbres de una sociedad. ¿Sucede lo mismo en la Internet? Aunque la respuesta definitiva, si es que existe, requeriría de mayores y más profundos estudios, a primera vista se podría arriesgar una hipótesis afirmativa. La principal confirmación de esta tesis vendría por parte de los hackers. Su indiscutible prestigio en muchos círculos hace que sentirse excluido por ellos tiene que reflejarse en el cambio de conductas.  Considérese como ejemplo, lo dice un hacker “verdadero”:

Existe otro grupo de personas que se llaman a sí mismos hackers, pero que no lo son. Son personas (generalmente varones adolescentes) que se divierten irrumpiendo ilegalmente en ordenadores y haciendo "phreaking" en el sistema telefónico. Los auténticos hackers tienen un nombre para esas personas: "crackers", y no quieren saber nada de ellos [...] La diferencia básica es esta: los hackers construyen cosas; los crackers las destruyen (Raymond, 2002).

Esto es exclusión. Pero también tenemos burlas, ironías que en alguna manera podrían entenderse como mecanismos informales de ejercicio del control social. Esto se nota especialmente, cuando el mismo gurú de los hackers, autor de muy divulgado en la Internet material “Cómo convertirse en hacker” responde a algunas preguntas:

Pregunta: ¿Me ayudarías a crackear un sistema, o me enseñarías cómo hacerlo?

Respuesta: No. Alguien que pregunta esto después de leer este documento es demasiado estúpido para poder ser instruido, incluso aunque tuviese tiempo para ello. Cualquier correo con este tipo de preguntas lo ignoraré o responderé con extrema rudeza.

Pregunta: ¿Cómo puedo obtener la contraseña de la cuenta de otra persona?

Respuesta: Eso es cracking. Desaparece, idiota.

Pregunta: ¿Cómo puedo acceder/leer/monitorizar el correo de otra persona?

Respuesta: Eso es cracking. Piérdete, imbécil.

Pregunta: ¿Cómo puedo robar privilegios de operador de canal en el IRC?

Respuesta: Eso es cracking. Fuera de aquí, cretino [...]

Pregunta: Estoy teniendo problemas con mi Windows, ¿me ayudarás?

Respuesta: Sí. Ve a una línea de comandos de DOS y teclea: 'format c:'. Cualquier problema que estés experimentando, desaparecerá en pocos minutos (Raymond, 2002).

Por el otro lado, son también los mismos grupos de los hackers que se encargan a veces, de desmantelar los sitios de la pornografía infantil u otros que violan sus códigos de ética.

Pero la autorregulación no proviene solamente del mundo de los hackers. La observación de los grupos de debates o de discusión demuestra que ahí también se establecen normas de conducta estrictamente respetadas, un fenómeno que se conoce en la Red como la “net-ethic”. Quizá, entonces en la Internet estamos frente a un fenómeno de la creación de un sueño anárquico: una búsqueda de la liberad irrestricta y la opción por la autorregulación de las conductas desviadas y la autogestión.

Conclusiones

La aparición de la Internet y su extraordinario crecimiento coinciden con el fin de una etapa de desarrollo de las sociedades industriales caracterizada por los centros de encierro. Todos ellos, en alguna forma soportan severas crisis. El individuo rompe los cercos de sus grupos cerrados, procurando una mayor libertad individual, que en la sociedad real, por el momento le es negada. Encuentra una alternativa interesante en la realidad virtual, un espacio en el cual puede sentirse libre de las instituciones del encierro. Reacciona de mil maneras diferentes, dependiendo de su estado de madurez y del grado de desagrado por el sistema: destruye las bases de datos de Microsoft o del Pentágono, llena de bombas electrónicas los correos de las personas ingratas o a veces, hasta desconocidas; de vez en cuando, construye o ayuda a construir las verdaderas bombas; trafica fotos pornográficas con los bebes, etc. Sin embargo, por el otro lado, aprovecha este espacio para exponer sus ideas constructivas, para compartir gratuitamente el trabajo que le costó esfuerzo y recursos esperando que los otros hagan otro tanto y así juntos construyan esa nueva sociedad; de vez en cuando, se pregunta cómo controlar aquella gente que destruye y descompone el proyecto y entonces, como siente una profunda aversión a todo que tiene olor a la institucionalización, resucita los antiguos mecanismos de control social informales y alternativos.

Al final queda solamente concienciarnos de lo importante que surge ante nuestros ojos, analizar, investigar y tomar partido. Es muy probable que la batalla  por la libertad del individuo en el mundo virtual, una vez ganada, transforme también la vida real; y si no, es una utopía nueva que vale la pena ser soñada.

Referencias

Castells, M. (1999). La Era de la Información: Economía, Sociedad y Cultura. Vol. I – III. Ciudad de México, México: Siglo XXI.

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